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21 de julio de 2013

Depresión pre-post-Erasmus.

A cuatro días de poner fin a este año, recuerdo cuando me faltaban cuatro días para iniciarlo y las ganas locas que tenía. Recuerdo cómo el tiempo jugaba cual enemigo y no solo quería, sino, necesitaba que el día de partida llegase ya. Ahora es igual, no pero sí. La mayoría ya se ha ido, ya no hay nada que hacer y lo poco que se hace se hace casi sin ganas. 

Me despierto cada mañana y lo primero que miro no es la hora sino la fecha, "Un día menos" me digo. Y no es que quiera volver, es simplemente que sé que tengo que hacerlo y que no hay vuelta atrás. Es como estar en un sueño siendo consciente de que lo es y sabiendo que tienes que despertarte, basta, ¡Suena ya alarma! No me tengas más tiempo durmiendo, cada día con una nueva despedida, cada día calculando cuánto falta para que acabe, basta, si acaba, que acabe ya, no lo alargues más.
Y al mismo tiempo que piensas eso piensas en no querer irte nunca, pero ya está, la bipolaridad ya no tiene sentido, tienes que volver, tienes el billete contigo, la fecha de vuelta y la maleta a medio hacer, ya no sirve el pensar que aún hay tiempo para hacer esto o esto otro, ya no puedes refugiarte en el "aún me queda tiempo" porque no, no te queda. Estás simplemente en una cuenta atrás de algo que no quieres que llegue; pero que llegará, y en vistas de que así será, que llegue lo antes posible, porque no, ahora mismo ya no disfrutas de nada, ahora mismo solo piensas en que te vas, en que tu compañero de piso ya se fue y no te queda más remedio que empezar a hacer planes en tu ciudad de origen y no aquí, en tu casa adoptiva, en la ciudad que tan feliz te ha hecho.

Y aquí estoy, tirada en la cama pensando en porqué nadie habrá inventado ya la fórmula para detener el tiempo, o para volver atrás. Será mejor así, habrá que seguir, habrá que ejercitar la memoria recordando este año siempre que pueda, pero ahora mismo daría lo que fuera por detener el tiempo. Por quedarme aquí, tirada en esta cama de por vida, sin más despedidas sin más "¿Qué día te vas?", sin más días tachados en el calendario. Tan solo quiero la eternidad que llevo grabada en la piel, una eternidad en la que el tiempo no vuelva nunca más a ser el enemigo.




Y cómo no, en Salerno empieza a llover.




8 de junio de 2013

...Casi tanto como una eternidad.

Te despedirás de tus amigos en tu ciudad. Tendrás que meter todo tu armario en una sola maleta. Te despedirás de tu familia en el aeropuerto. LLegarás a un país nuevo, con gente nueva y sobre todo, con un idioma nuevo. Irás a la universidad cual novato indefenso. Estarás solo, lejos de tus amigos y familiares. Pero ¿sabéis qué? Nunca en todo lo que dure tu Erasmus harás nada más difícil que un simple gesto frente a la pantalla de tu ordenador: Comprar tu billete de vuelta.
Nada será más duro que ver cómo la mejor experiencia de tu vida está llegando a su fin; y nada más duro que saber que tienes que ser tú quién elija la fecha de ese fin. 

Llevo semana y media metiéndome cada día a ver los precios de los vuelos Roma-Madrid, viendo las variaciones según qué día me vaya... Y así, como el que no quiere la cosa, he llegado hasta el 16 de agosto en el calendario de la página de internet. Y como curiosidad, era bastante barato.
Me niego, no puedo elegir un día. No puedo comprar ese billete. No puedo imaginar cuando me despida de mis amigos en mi nueva ciudad. Cuando meta 10 meses en una sola maleta. Cuando me despida de mi nueva familia en el aeropuerto... No quiero llegar a un país viejo, con la gente de siempre y entendiendo todo lo que oiga a mi alrededor. No quiero volver a quejarme de lo mal que funciona mi facultad, de los profesores que se dedican a leer apuntes que tienen desde el año 2000...

Y no me malinterpretéis, claro que quiero volver a estar en casa, con mi familia, amigos, en mi cama, teniendo que madrugar para coger el 687, jugando con mi gata, yendo al 100 montaditos de Príncipe Pío los miércoles... Pero sé que eso siempre estará ahí, aún habiéndolo dejado un año, siempre he sabido que eso seguirá ahí, esperándome. Pero ¿Y el Erasmus? El Erasmus acaba y no vuelve nunca. No estará esperándome para cuando decida volver. 

Parecerá absurdo, al fin y al cabo, cuando aceptas irte, sabes que así como te vas, tendrás que volver, pero jamás esperas encontrar todo lo que está por venir. Por lo menos, siempre te quedará la experiencia, el recuerdo y toda esa gente que lo ha hecho increíble, un año lleno de cosas maravillosas y a las que, bueno, en cierta medida, sí que podrás volver siempre que quieras, viendo quién eres ahora.








Y sí, sigo sin tener fecha de vuelta.




5 de marzo de 2013

Mi lugar. Mi seguridad en el mundo.

Hoy me disponía felizmente a acudir a la universidad cuando al llegar a la parada del autobús, me encuentro con la agradable sorpresa de que hay huelga y no pasará ningún bus que pueda llevarme a clase a la hora necesaria y mucho menos, asegurarme que vaya a pasar más tarde por la universidad y me traiga a casa tranquilamente, así que, qué remedio, a casa otra vez y a aprovechar un poco el día tan veraniego que hace. 
Una vez llego al portal, me encuentro con una entrañable señora y su carro de la compra, leyendo atentamente el cartel que hay colgado, con motivo de Pascua, en la puerta del edificio. Entonces al darle yo los buenos días, dedujo que era la persona indicada para preguntarle cuándo pasaba el Cristo por nuestra calle. Sin pensarlo dos veces, decidí ayudar a la señora en su búsqueda del buen camino y finalmente lo encontré (quién me lo iba a decir). Contentísima me dio las gracias y me auguró una muy buena mañana. Y así terminó, sin más ni menos, un momento tan carente de interés, tan corto pero tan importante para mí. Subí las escaleras, no solo contenta de haber ayudado a la señora, sino orgullosa de haber entendido lo que me decía y haberle sabido responder con un resultado  más que satisfactorio. Y sí, tal y como imaginan, de ahí, de algo tan tonto, surge todo el vendaval de pensamientos que me dispongo a teclear a continuación, sin pausa alguna. 

Supongo que todo el mundo extraña su infancia en cierta medida, esa sensación constante de libertad, la falta de preocupaciones, el descubrir algo nuevo cada minuto y protección las 24 horas del día. Pero a veces pienso que yo la extraño todavía más. A veces pienso que nunca dejé atrás mi infancia, pero no por la infancia sino por el lugar. Mi infancia no es una edad, no es un tipo de vida. Mi infancia es Argentina. Mi extrañada y ansiada Argentina. Ese país del que me gusta ser, al que siempre digo orgullosa pertenecer. Pero ese país del que todo aquello que recuerdo es mi infancia. Recuerdo los juegos, la inocencia, los paseos en bicicleta, las ganas de llegar a casa de la escuela para comerme una compotera enorme de cereales. Recuerdo la felicidad y la libertad, la alegría, la curiosidad. Idealizada, esa es la palabra exacta, sé que la tengo totalmente idealizada, pero no puedo hacer menos, es mi infancia es mi tierra, mis orígenes y mis raíces. No puedo despreciarlos, no puedo ni quiero renegar de ellos. Tuve que abandonarlos físicamente pero no estoy dispuesta a abandonarlos y borrarlos de mi memoria. 
Tuve que dejarlos un poco atrás y crecer rápidamente, abandonar todos aquellos recuerdos de una forma más drástica de lo que suele hacerse. Aunque tampoco puede decirse que haya tenido que abandonarlos por completo. Por supuesto, mi infancia siguió en España, en los "exilios" como diría Benedetti en su Primavera con una esquina rota; pero nunca llegaron a ser como los primeros, como los originales. 

Entonces pienso en ahora. En estos meses también tuve que crecer de forma avanzada, atolondrada más bien. Cierto es que la libertad no me abandonó en este tiempo, de hecho, se hizo mayor, pero con ella vinieron las responsabilidades, y esta vez más grandes que nunca. Ya no vale ninguna excusa, ni ningún "hoy estoy cansado, que lo haga otro". Ahora todo depende de mí y todo es para mí. Tengo que hacerlo todo lo mejor que pueda, y señores, debo decirles que eso, es de lo más agotador. Por otro lado queda la protección: Adiós muy buenas y si te he visto no me acuerdo. 
Cuando no estás en tu país, la protección es lo primero que desaparece; y cuando estás en un país ajeno donde la lengua es otra, no se  puede hacer más que tener la ilusión de que algún día existió algo llamado "protección". Es una sensación continua de peligro, y más que de peligro, de abandono, de un abandono donde todo depende de uno mismo y nada ni nadie puede ayudarte, ya no porque no quiera, sino simplemente que no puede. Basta un simple gesto como usar el transporte público para sentirte como un nene sin padres, es subir ese escaloncito, que ni siquiera es escalón, sino simplemente una altura, para que ya entres en estado "Soy extranjero" y el único pensamiento que te pasa por la cabeza es "¿Seguro que era este número el que tenía que tomar?". De repente el camino te parece otro, no reconoces ninguna calle y te parece que todo el mundo te mira, sabedores de tu pérdida (física o psicológica). Y claro, ustedes lectores dirán, no es para tanto. ¡Claro que lo es, y más todavía! Porque no conoces el idioma, y entonces te sientes desprotegido. Nadie puede ayudarte y te vas a perder, pero mejor será seguir en el autobús a bajarte y encima correr el riesgo de que alguien te pregunte dónde queda la calle tal o qué hora es y no sepas responder, cual nene que nada sabe. No, no, de eso nada, mejor en un lugar cerrado y que sabes, tarde o temprano tendrá que volver al punto de partida. Minutos (Horas, si se trata de Italia) más tarde, sin saber ni cómo, resulta que llegas al destino que querías llegar y piensas que seguramente haya sido una alegre casualidad, y rápidamente, sin perder mucho tiempo, no vaya a ser que la suerte termine, te bajas pensando en lo afortunado que fuiste. Hasta que llega el día siguiente y otra vez, la aventurita. 
Y créanme, da igual cuántas veces hagas el mismo trayecto, si vas solo, la duda nunca te dejará tranquilo. Y aclaro, si vas solo, porque si vas acompañado vas protegido... de alguien igual de perdido pero perdido más perdido, igual a ignorancia feliz. 
Y bueno, mejor dejamos a un lado el supermercado, ese lugar lleno de carteles enormes indicando ofertas en productos que ni sabes qué son, donde por suerte se inventó el congelado y el embutido envasado y no hay obligación de hablar con el charcutero o el carnicero para pedirle nada; y donde el llegar a caja se convierte en una aventura del "por las dudas, digo a todo que sí y sonrío".

En fin, retomando el hilo inicial, por hache o por be, últimamente recuerdo muchas sensaciones de aquellas felices épocas, olores, lugares que hicieron de mi infancia un paraíso de recuerdos donde acudir siempre que quiero... Y me muero de ganas de volver a todo eso. Digo querer volver a ser una nena de 6 años y jugar cada tarde al hotel, la veterinaria, la maestra, las carreras de triciclo en el patio... Pero a veces no termino de tener claro si es esa inocencia y despreocupación lo que extraño o si por el contrato es la protección de Argentina, mi extrañada y ansiada Argentina. 

¿Pero saben qué, queridos lectores? Entonces lo pienso todavía mejor y me convenzo de que no hay nada como abandonar la protección por un tiempo y empezar, como un niño, a descubrir emoción en cada detalle insignificante de este mundo. Porque nunca, un viaje en bus o una compra habrá tenido tanto de aprendizaje, ni nunca te sentirás tan orgulloso de vos mismo como cuando conseguís indicar a alguien cómo llegar a la calle tal, en una ciudad que no es la tuya y en un idioma que no terminás de dominar. Porque nunca te sentirás mejor, perdido, sí, cansado a veces, también, pero cuando lo consigas y el punto de llegada esté delante de vos sin que nadie te haya indicado el camino, entonces sabrás que todo lo anterior, valió la pena. Y sabrás a ciencia cierta, de todo aquello que sos capaz. Capaz de cosas que antes, ni hubieses podido imaginar pero que, créanme una vez más lectores, una vez las vivan, jamás las olvidarán. 
Y crearán un nuevo y mayor paraíso de recuerdos donde acudir siempre que lo extrañen o que duden de sí mismos, y sabrán que un día lo consiguieron. Y, díganme señores lectores, si un día lo consiguieron, ¿Por qué no hoy también? 







Quisiera, y de hecho lo hago, dedicar este pequeño pedacito de blog. a los futuros aventureros Jorge y Dani, porque confío ciegamente en que, poco a poco encontrarán esa seguridad y fascinación en tierras polacas, y que cuando lo hagan, lo podrán hacer en cualquier rincón del mundo. Porque aunque aún no lo sepan, todo aquello que hoy les produce vértigo, mañana les dará una felicidad inmensa. Felicidad que desde ya, estoy deseando compartir con ustedes. 

18 de diciembre de 2012

De rareza en la normalidad va la cosa.

Me decía mi madre el otro día que llevo mucho tiempo sin escribir en el blog, y yo contesté que nunca tengo suficiente tiempo o inspiración pero que tengo montones de entradas a medio hacer en mis borradores. Entonces, horas más tarde empecé a pensar en esos textos inacabados que con tanta ilusión empezaban. Cierto es que casi nunca tengo el tiempo suficiente que se necesita para ponerse a divagar como es debido pero supongo que podría sacarlo de alguna forma. No creo que todo sea cosa del tiempo, creo que en la mayor parte de esas entradas que se quedarán eternamente en "Borradores", había demasiado de mí, demasiado que contar, demasiada desnudez que con o sin tiempo, no estoy del todo segura de querer compartir. También influye mi perfeccionismo obsesivo, ese que hace que cambie una frase mil veces hasta estar medianamente contenta con el resultado. Pero hoy es distinto, hoy decidí escribir lo primero que me venga a la cabeza, sin pensar, sin cambiar frases, simplemente dejando que mis dedos se muevan por el teclado a sus anchas; hoy mi cerebro no manda, hoy solo tengo manos libres dispuestas a llenar una página en blanco al son de un subir y bajar de veintisiete teclas.

Llevo ya cuatro días en Madrid, cuatro días en los que pude disfrutar de la familia y de mi queridísima Gatilli. Son ya tres noches durmiendo en mi cama, con mis tres almohadas y mis buenas mantas y edredón a prueba de cualquier frío polar, que por cierto, buena falta me harían en tierras italianas.
Ahora mismo son las 04:16, debería estar durmiendo porque mañana debería madrugar… debería, debería hacer muchas cosas pero no puedo, no puedo dormir, no consigo dejar de dar vueltas de un lado a otro de la cama, supongo que me acostumbré a las minicamas salernitanas y ahora no sé qué hacer en tanto espacio.

Se hace tan raro y tan acogedor esto, es otra vez ese sentimiento bipolar, el quiero y no quiero al que parezco empezar a tenerle demasiado cariño. Es raro volver, estar un día acá y al día siguiente allá, pero al fin y al cabo sé que habrá una vuelta en poco más de 15 días, sin embargo, en cierta medida, esto lejos de tranquilizarme, me hace pensar "¿Qué pasará entonces en verano?" No puedo dormir pensando en eso… ¿Cómo estaré después de casi 10 meses fuera? Y sobre todo ¿Cómo estaré cuando no sepa si habrá vuelta? No puedo soportar la simple idea de que no habrá vuelta, de que algún día este increíble año acabará y solo me quedará el recuerdo de los momentos, las personas y todo el aprendizaje que me habrá aportado esta experiencia única.
Qué duro se hace pensar que algún día dejará de ser normal bajar al sidis y hacer la compra de una semana, consistente en 4kg de todo tipo de pasta, las largas charlas con Alex en la cocina o la complicidad absoluta con Alejandro, planear adoptar todos los animales del mundo con Poly, los "Hey, how are you!!??.. Fine! And you??" con Guillaume, los gritos y saltos en cada estúpido encuentro con Laura y Franzis, y sobre todo, cruzar la estación de Via Vernieri para no volver a cruzarla en días… Qué duro sí, y qué maravilloso saber que esta normalidad, mi normalidad, la que volveré a tener el 4 de Enero, será siempre la mayor y mejor aventura de mi vida.  


Y hoy, siguiendo la tónica de la entrada y sin que sirva de precedente, quiero hacer especial mención a mi hermana, mi querida sorella. Grazie mille por la sorpresa, por la de la pared y sobre todo, por la de la mesita de luz =)



P.D: Que quede claro que no me hago responsable del resultado que haya tenido dejar a mi mente a un lado de semejante parrafada.

Como el buen turrón.

Viernes 14 de Diciembre. 
Empieza mi pequeño alto en el camino y al igual que cuando empezó no hago más que tener sentimientos encontrados. La bipolaridad no es tal como al partir pero ahí está, enfrentando las ganas de ver a mi gata con las de quedarme disfrutando de la lluvia salernitana y del buen café.

Recuerdo este verano cuando empecé a hacer la maleta algo así como dos meses antes de viajar, ¿quién adivina cuándo empecé la de este descanso navideño? Esta mañana, de hecho hasta hace 3 días no tenía ni maleta. Llamadme loca pero juraría que eso significa algo. Juraría que quiero quedarme, juraría que no quiero tener que dejar esta vida casi un mes… tener no,, no es tener, nadie me obliga a hacerlo, pero una vez hecho el compromiso habrá que cumplirlo (el compromiso y el gasto de dinero en los billetes, vaya).

Como persona responsable y puntual que soy, tengo desde hace un par de días todos los horarios necesarios de trenes a Nápoles, autobuses a aeropuertos napolitanos y milaneses… lo que viene siendo tutto, tenía perfectamente calculado a qué hora tenía que levantarme y salir de casa para llegar a mi destino tres horas antes por si acaso, por lo que pueda pasar por el camino. Pues bien, en mi vida al sonar una alarma por la mañana había sentido tal necesidad de seguir en la cama y ¿sabéis qué? Así lo hice, decidí seguir en mi cama “5 minutitos más” que se convirtieron en hora y media y decidí que me ducharía tranquilamente (más de lo habitual, que ya es decir), que me vestiría con calma, que comería lo que me diese la gana tardase lo que tardase y que cuando llegase a la estación de trenes, me subiría en alguno que me llevase a mi destino sin importar la hora. No fue del todo así porque por mucho que me empeñe mi histeria me sigue a todos lados y aún estando en el tren a Nápoles, aún teniendo hora y media de margen, los nervios de llegar tarde no me dejaban tranquila. Y mientras el tren se empeñaba en sumirme en un dulce sueño con su traqueteo, mis párpados luchaban por no cerrarse dejando a mis ojos total libertad para ver dove cazzo era.  

Pero bueno, no entremos en detalles porque como tenga que contar las 22 horas de aventura no acabamos nunca. Sí, 22 horas… tren a Nápoles, autobús al aeropuerto, vuelo a Milán Malpensa, autobús a Stazione Centrale di Milano, autobús a Aeroporto di Bergamo, vuelo de Milán a Madrid… Y todo esto con sus buenas horas de intervalo. ¿Y qué significa esto? Significa una noche en vela, significa demasiado tiempo muerto para una mente argentina. Sabía que en cualquier momento me plantearía el viaje, pensaría en todo lo que ha pasado estos tres meses… en fin, esas típicas reflexiones ultra profundas cuando estamos aburridos y no tenemos nada que hacer. Lo que no esperaba es que eso pasase en tan solo medio minuto que dura el viaje en ascensor desde el segundo piso de mi casa al portal.
Todavía sigo sin saber qué fue lo que hizo que ahora esté escribiendo desde un aeropuerto y no me haya quedado en casa, pero bueno, sea lo que sea lo que me haya hecho estar ahora aquí estoy segura de que hará que no me arrepienta.
Y sí, he dicho quedarme en casa, porque eso es Salerno, eso es Via Arce, eso es nuestro Palazzo con contenedores, sillones de ginecólogo, corriente eléctrica que viene y va y trivial antes de salir de fiesta: Casa. Una casa que tanto echaré de menos estos días.

18 de octubre de 2012

Qué bueno tenerte, Italia.

No es ninguna novedad ni ningún secreto, soy argentina y en mi ADN está definido así: Me gusta hablar. No es solo por afición, es más que eso, es una necesidad, no hay nada más placentero que poder estar durante horas mirando a una persona a los ojos mientras hablás de infinitas cosas, nada que me llene más que conocer a una persona a través del sonido de sus palabras, los gestos y esa pequeña delatora que por mucho que controlemos acaba diciendo toda la verdad: la mirada.
Otra cosa que no es ninguna novedad ni ningún secreto es que en 10 años que llevo viviendo en España jamás me sentí española, ni madrileña a pesar de que mi acento diga lo contrario, no tengo nada en contra del país, de su capital, su gente... pero no me pertenece ni yo le pertenezco. Me molesta que me llamen madrileña, no lo soy, no, da igual cuántos años lleves viviendo en un lugar, se es de donde se siente ser, y en mi caso me siento parte de todo y nada a la vez. Nunca creí en naciones, patrias o banderas, pero no se puede negar que la geografía hace mucho a la personalidad y que, cada día estoy más segura de esto, la sangre tira mucho.

Eran las pequeñas cosas las que me generaban incertidumbre antes de llegar a Italia, el hacer la compra, esperar al autobús... y ahora siguen siendo las pequeñas cosas las que marcan la diferencia entre las personas, entre los países. Esas pequeñas cosas son las que te hacen echar de menos un lugar, un amigo, esas pequeñas cosas son las que te hacen enamorarte de un lugar, encontrar un nuevo amigo... Son muchas y pequeñas que unidas crean una gran bola de diferencias. Hay un libro de Hernán Casciari, "España perdiste" en el que a través de todas esas pequeñas cosas traza un marco de dos países tan diferentes y parecidos, de cómo a pesar de tener misma lengua, misma apariencia (mucho más atractiva la argentina, sin lugar a dudas, pero misma raza al fin y al cabo), las cosas del día a día son tan diferentes: cómo se vive un partido de fútbol, tener un kiosko a la vuelta de la esquina, la amistad... creando personas en apariencia iguales pero en esencia totalmente diferentes. 
Pues bien, creo que en ese libro faltó un capítulo, el capítulo del "quedar para hablar". Algo que recuerdo con tanta alegría y nostalgia de mi infancia, esas horas y horas en el patio de mi casa charlando toda la familia, los parques llenos de grupos de personas dejándose conocer con un rico mate entre las manos, las infinitas charlas en la cocina, salón o donde hiciese falta con las cuatro personas más importantes de mi vida: mis padres y hermanos. Ese hablar por hablar, como dirían en La Ser. Algo que desde luego en España no existe, y no, no quiero ni admito reproches porque no existe, en España existe la cultura del "vamos a tomar algo y ya que estamos juntos aprovechamos y hablamos un poco". No es igual, la razón que motiva el encuentro no es la misma, y por tanto el encuentro tampoco lo es. No preguntes a un español por su familia, por cómo le fue a su hermana en el examen que tenía la semana pasada porque te mirará raro y pensará que te estás pasando un poco con tanta preguntita. El español habla de cosas personales, íntimas, "importantes" cuando tiene un problema y si se puede quedar en la superficie, mejor que mejor, no vayamos a aburrir al interlocutor. 

Siempre me dijeron que tengo buena memoria, creo que no es del todo cierto, ¿Recuerdo cada detalle?, ¿Conversación?, ¿Anécdota? Sí, pero no es solo memoria, es interés, es que de verdad me interesa cuando alguien me cuenta que fue a Salamanca y le pareció preciosa la puerta azul de una casa que estaba al lado de la Iglesia.
¿Y a qué nos lleva esto? Nos lleva a que la sangre tira mucho. Tira tanto que miles de inmigrantes italianos se llevaron su sangre a Argentina y decidieron dejarla ahí por mucho tiempo hasta que nos la apropiásemos y, después de mejorarla, tuviésemos de por vida un hermano mayor al que acudir en el sur de Europa. Tira tanto que ahora, 10 años después por fin encuentro gente que te llama y te dice "¿Qué tal, qué hacés, tenés ganas de quedar para hablar un rato?" Bajás, vas a la plaza en la que quedaste y ¿Sabés qué? Hablás. Sin necesidad de una litrona o unas pipas de por medio, sin ninguna distracción, sin nada más que personas conociéndose. Demostrando que realmente interesa lo que le pasa por la cabeza del otro y que realmente te interesa que el otro sepa lo que pasa por la tuya.
Horas, horas conociendo y dejándote conocer, horas en un acto de confianza absoluta en uno mismo y en el otro. Horas con el silencio de las calles (alguna que otra moto o señora tirando cubos de agua a las 2 de la mañana por el balcón) y el dulce sonido de la desnudez de una persona a través del sonido de las palabras, los gestos y esa pequeña delatora que por mucho que controlemos acaba diciendo toda la verdad: la mirada.

2 de octubre de 2012

¡Bendito Erasmus!

Benditos sean los romanos y su afán de conquistar el mundo.
Bendito sea Colón por querer ir a la India por otro camino.
Bendita sea toda su tropa por masacrar a los nativos americanos y aprovechar los ratos libres para enseñarles algo de su lengua.
Benditas sean las crisis económicas que obligan a la gente a emigrar.
Benditos sean mis abuelos, mis bisabuelos, por "elegir" Argentina como nuevo país de residencia.
Benditas vuelvan a ser las crisis económicas que obligan a la gente a emigrar.
Benditos sean mis padres por "elegir" España como nuevo país de residencia.
Benditas sean las mentes pensantes que creyeron que uniendo países conseguirían hacer de Europa una super potencia.
Bendita sea la Unión Europea.
Benditas sean las personas que decidieron crear las becas internacionales.
Bendita sea la Complutense, bendito sea el momento en que decidí hacer el examen de inglés, rellenar los papeles... Bendita sea la llamada del 16 de Mayo.
Benditos sean todos y cada uno de los pasos a lo largo de la historia gracias a los cuales hoy puedo estar en Italia entendiendo a la gente y siendo entendida por la gente.
Benditos sean los italianos, bendito sea el acueducto de mi calle, bendita sea la lluvia que me despierta cada mañana y bendito sea el sol que me asa cada tarde.
Benditas sean las conversaciones en itañol.
Bendito sea Salerno por haberse convertido en solo dos semanas en mi casa, donde no me siento fuera de lugar, donde juraría llevar ya toda mi vida y donde he podido conocer (y seguir conociendo) a gente de lo más increíble con la que compartir una experiencia única llena de pequeños pasos que dentro de unos años estaré bendiciendo por haberme hecho ser como soy.